Estados de ánimo

La victoria del Brexit disparó todo tipo de especulaciones negativas sobre el futuro de la Unión Europea. Sin embargo el triunfo de Macron en Francia y su anuncio, respaldado por Angela Merkel, de “refundar Europa” ha devuelto cierto optimismo. Ahora preocupa que el conflicto catalán pueda extenderse a otras regiones.

Emmanuel Macron durante su discurso en La Sorbona.


La Unión Europea vive, también, de las sensaciones. El estado de ánimo dominante en el conjunto de países que la forman suele influir en las decisiones que se toman y en la perspectiva desde la que se miran las cosas. A partir del triunfo del Brexit, lo cenizo se adueñó de todas las proyecciones. Relegada por los Estados Unidos de Trump, amenazada económicamente por la pujanza de China y otras potencias asiáticas, acosada por una Rusia cada vez más belicosa y entrometida y con fuerzas políticas refractarias a esta idea de Europa creciendo en su interior, la Unión parecía abocada poco menos que a la desintegración.

Y en eso estábamos cuando se produjo el triunfo de Emmanuel Macron en la segunda vuelta de las elecciones francesas. Era él o Marine Le Pen y el Frente Nacional. Y si bien es cierto que para que algo tire para adelante o deje de tirar cuenta lo que diga Alemania, la irrupción de un líder de talante europeísta como el flamante presidente francés bien se puede considerar como un rayo de luz solar entre tantos nubarrones.

La idea de “refundar Europa” fue uno de los pilares en los que Macron basó la campaña que lo llevó al Elíseo. Y lejos de desentenderse de ella una vez electo, la ha seguido agitando. El hombre, parece, cree de verdad en esa misión.

El discurso que Macron pronunciara el mes pasado en la Universidad de La Sorbona fue calificado por la prensa como “vibrante” y “marcadamente europeísta”. Entre otras cosas, sostuvo que “la Europa que conocemos es demasiado débil, lenta e ineficaz” pero que “solo Europa puede darnos una capacidad de acción ante los grandes desafíos contemporáneos”. Días después recibió el espaldarazo de Angela Merkel durante la reunión informal de la Unión Europea en Tallín. “Europa no puede seguir así”, afirmó, tajante, la canciller alemana.

Se creía que Merkel, reacia por lo general a la idea de una Alemania más europea, pondría los habituales peros y rebajaría el ímpetu de Macron. Ocupada como está en formar gobierno con unos socios poco dados a hacer cambios que puedan alterar la situación de privilegio de Alemania, la actitud de Merkel ha supuesto una agradable sorpresa. La sintonía que jamás tuvo con Sarkozy y la complicidad que le faltó con Hollande puede que sí las tenga con Macron. Parece que, por fin, hay feeling con el vecino. Y tratándose del eje francoalemán, no es un detalle baladí.

Ahora el estado de ánimo en el club de los 27 es otro. No eufórico pero al menos sí menos sombrío que hasta unas pocas semanas atrás.


El conflicto catalán

Para los líderes de las principales fuerzas políticas españolas Europa no parece existir, rara vez la mencionan en sus discursos y, si lo hacen, casi siempre es para atribuirle la culpa de todos los males. Ni hablar de hacer propuestas al estilo de las de Macron. Mariano Rajoy, en los papeles el dirigente más importante del país, no asistió a la mencionada cumbre informal de Estonia. Total, para qué. Justificó su ausencia diciendo que tenía que quedarse en España por lo del referéndum sí, referéndum no en Cataluña. Y precisamente por allí, por la ventana del conflicto catalán, es por donde Europa se ha venido a colar en la actualidad de la política española.

Desde Bruselas han dicho en reiteradas ocasiones que lo de Cataluña es “un asunto interno de España” y que el referéndum, tal como estaba convocado, era claramente “ilegal”. Pero también le dieron un tirón de orejas a Rajoy: ante la actuación de la policía el 1 de octubre el mensaje fue contundente: “La violencia nunca puede ser un instrumento político”.

Como si de la carta de un restaurante se tratase, desde la Generalitat catalana escogieron del menú europeo la parte que se les antojó más apetitosa (la reprimenda al Gobierno por el accionar de la policía) y descartaron el resto de sugerencias del chef (lo de la ilegalidad de la convocatoria). Ya venido arriba, el president Puigdemont no tardó en pedir la mediación de la UE en el conflicto al tiempo que exigió a Europa que reconozca a los catalanes el derecho “a ser escuchados, respetados y reconocidos”. Según para qué cosas, lo que diga Europa importa o se desatiende.

Vivimos en una era en la que las imágenes, el qué dirán y lo políticamente correcto se imponen al sentido común y condicionan los discursos. En los últimos días en Cataluña se han visto y escuchado relatos desmesurados que poco tienen que ver con lo que sucede en la realidad y actos callejeros que se asemejaban más a performances artísticas que a protestas reales. Este tipo de cosas van muy bien para conseguir likes y retuits y para que cualquiera se convierta en una minicelebridad en su barrio. Son resultonas, hay que admitirlo. Pero lo de la opresión brutal del Estado español y la falta absoluta de libertades que padecen los ciudadanos catalanes es, a todas luces, una exageración. O una posverdad, como se dice ahora.

Tampoco suena demasiado creíble la supuesta actitud abierta al diálogo del gobierno de Rajoy. El presidente español ha tenido cinco años para ocuparse seriamente del tema pero sigue sin ser capaz, siquiera, de comparecer públicamente para hablar de un asunto del que se habla en todo el mundo.

Y al tiempo que cada parte de este conflicto permanece enquistada en su épica y en su ética, el resto de Europa observa con cierta preocupación: no vaya a ser que todo este asunto termine por agitar el avispero del independentismo y reactive, en otras regiones de la unión, movimientos similares que han permanecido hasta ahora controlados o estaban ya casi desaparecidos.

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