El proceso de achique, de claro retroceso, del Estado de bienestar iniciado desde hace varios años en Europa se ha acelerado notablemente so pretexto de una crisis económica mundial que parece no tener fin. En el viejo continente la mayoría de los gobiernos no han dudado en inyectar millones y millones de euros de los fondos públicos para, paradójicamente, salvar de la ruina a quienes han llevado a ella a miles de personas y empresas. Lo han hecho sin un ápice de duda, de la misma manera en que no les ha temblado el pulso para anunciar ajustes impensables años atrás.
No sólo el Estado de bienestar se achica en la práctica sino que la propia idea de su existencia es cada vez más contestada y ya comienza a ser sospechosa, tanto como quienes la defienden. Si hasta en Suecia, que durante décadas encarnó algo así como la utopía del Estado de bienestar, la derecha ha llegado al poder gracias a los torpedos lanzados contra esta concepción en la manera de organizar un país.